Dimes y diretes (VI): Poner líneas rojas
En estos
tiempos de zozobra en que el común de los mortales anda atosigado por las
penurias y miserias del vivir cotidiano y empeñado en la búsqueda de un trabajo
inexistente, en atender mil sacaíllas y pagamentas, en digerir las facturas de
la luz y del agua o en cuadrar la nota
de las compras en el supermercado, resulta que nuestros prebostes, mandamases,
barandas, próceres y procercillos andan enfrascados en otra de las muchas
tareas que suelen entretenerlos y divertirlos.
Tras vender el humo de las promesas
electorales y marear la perdiz con los dimes y diretes de las acusaciones al
adversario y las loas de sí mismos, resulta que ahora, metidos a delineantes y
geómetras de la cosa pública, se ocupan con especial dedicación y ahínco en
dibujar líneas rojas.
Así que vemos a aspirantes a las alcaldías,
a concejales electos, a diputados y consejeros de nuevo cuño, provistos unos de
estuches de dibujo y armados de escuadra, cartabón, compás, bigotera y un buen
tintero de tinta roja, y los menos delicados con brocha gorda y un cubo de
pintura del color de marras; pero todos compitiendo en el asedio de las sedes
del adversario, vigilando asambleas y reuniones de los otros, revisando
minuciosamente los programas políticos ajenos y olvidando los suyos y
estudiando la vida y milagros de los presuntos imputados de la acera de
enfrente, para en un quítame allá esas pajas, trazar una línea roja que separe
el trigo de la paja; pero eso sí, buscando la dicha paja en el ojo ajeno sin
remover el pajar propio, ni buscar la viga del imputado que entorpece la vista
de los suyos.
Todo ello, para envidia de Pizarro, que
trazó a palo seco la delgada raya que separaría a los trece de la fama del
resto de los mortales en la conquista del imperio inca; e incluso del árbitro
de fútbol de turno, que dibuja la blanca y perecedera línea que mantendrá a
raya los ímpetus defensivos de los jugadores.
Y los ciudadanos, entre tanto, enredados y
perdidos en este laberinto de líneas rojas que quizá no lleve a ninguna parte,
dejándonos en la misma situación en que estábamos.