Dimes y diretes (XXIV): Intercambio de cromos
El emérito
profesor y novelista Hidalgo Bayal llama, con un neologismo certero, “léxico
pactoril” al relacionado con los cambalaches y trapicheos poselectorales,
denominación inclusiva de algunos de los términos que aquí glosamos nosotros
–trazar líneas rojas, marear la perdiz, poner palos en las ruedas, vender
humo…-. Pero él añade uno que no tiene desperdicio como manifestación del juego
en el que a veces se sorprenden los miembros de la casta política, siempre
propensos a ver la informalidad ajena y no la ambición y la falta de principios
propias.
Acérquense
y vean a estos personajes que, en torno a una mesa, concentrados y
cejijuntos, sacan papeles, los consultan y se los pasan a los que están
sentados enfrente, en tanto que aquellos, tras estudiar esos y añadir otros, se
los devuelven a los primeros en un toma y daca muy vistoso y entretenido. Si los
despechados competidores que no han sido invitados fisgaran por el ojo de la
cerradura o recibieran el chivatazo de lo que allí ocurre, dictaminarían
inequívocamente que se trata de un juego muy propio del gusto de todos; pero
solo confesable si se dice de los otros. Están, sin duda, en el intercambio de
cromos: sillones, cargos, prebendas, liberados, asesores, delegaciones, como
unidades de una baraja interminable de sinecuras. Pero entre ellos no
encontraremos casi ninguno referido al cumplimiento de las promesas
electorales, a la resolución de los problemas de los ciudadanos, a la lucha
contra los abusos y las malas prácticas.
Mientras, nosotros, los que estamos ajenos a
tal juego, deberíamos pensar que estos representantes nuestros son como niños:
como si el tiempo no hubiera pasado y los viéramos en pantalón corto, sentados
en corro a la fresca sombra de la placeta, entregados al trueque con el
precioso tesoro de unas estampas que compendiaban lo que entonces se podía
saber sobre fauna, aeroplanos o estrellas del fútbol.
Pero no se engañen: mejor sería estar
prevenidos por si los envites de tal juego se hacen a costa de nuestros
dineros. Y entre tanto, paciencia y barajar, amigo Sancho, que “pactores” tiene
la Iglesia, como advierte el novelista extremeño.