Dimes y diretes (XIX): Dar un golpe en la mesa
Quizá no haya
mueble de más polifacética utilidad que la mesa, porque además de alimentarnos,
también es mesa de trabajo, de negociación, de noche, de camilla, del altar y
de juegos; sin olvidar la del televisor, la redonda y la petitoria.
Pero no deja de asombrarme un nuevo uso del
mueble tan familiar. Un día, estando amodorrado, apoyada la cabeza en el dicho mueble,
aporreado por el jolgorio y la berrea del programa deportivo de turno, en el
que más de una docena de janglones aullaban narrando el partido Ponferradina-Mirandés
como si estuvieran radiando el fin del mundo, desperté sobresaltado al oír que
el equipo berciano había dado un puñetazo sobre la mesa para cambiar el rumbo
del encuentro. “Dios mío -me dije-, ¿sobre qué mesa?, ¿no será esta mía?” Y no
dejaba de preguntarme si habrían suspendido el partido para hacer tal alarde.
Más tarde, el aparato vocea un nuevo golpe
sobre el mueble, ahora propinado por el interior izquierdo al marcar el tercer
gol. Y finalmente, en sesudas declaraciones, el entrenador local atribuye la
victoria a que habían dado en el momento justo un golpe sobre la mesa. Entonces
me desperezo y doy, yo también, un golpe sobre la tal, que yo no voy a ser
menos.
Con el tiempo, iré descubriendo que el tal
puñetazo no es solo desahogo de tahúres en la mesa de juego ni muestra de
autoridad del padre enfadado con su prole a la hora de comer, sino ocupación
frecuente, si no principal, de futbolistas y otras estrellas del deporte; pero
también de Charlène de Mónaco, del presidente del Banco de España y de más de
un político deseoso de cambiar el rumbo de su partido, aunque sea a porrazos.
Pero como uno es tan poco imaginativo, no
deja de preguntarse si estos locos confunden el culo con las témporas, el campo
de juego con una mesa; y de suponer que equipos, deportistas, entidades y personajes
de postín llevan a todos lados la mesa de marras para poder ejercer sobre ella
su libertad de expresión. Y acabo por pensar que, aunque la Sagrada Biblia
asevera que el número de tontos es infinito, desde entonces hasta aquí no ha
dejado de crecer, aunque solo sea para aporrear la mesa.